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sábado, 10 de noviembre de 2012

"...se trata de que las personas que quieran estudiar sin ser ricas tengan que pedir créditos a los bancos para poder hacerlo. En teoría, el préstamo universitario parece tan fácil como en su día parecieron las hipotecas a una gran parte de la población. Primero se suben los precios extraordinariamente y después se ofrecen créditos que parecen pagables por algo que, en todo caso, es necesario: una casa o una buena educación. " Por Beatriz Gimeno

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Beatriz Gimeno
Entre la vorágine de recortes en derechos laborales, económicos y sociales están pasando un poco desapercibidas, aunque no para los afectados y sus familias, la subida de las tasas universitarias en todas las universidades públicas que junto con la radical disminución de las becas están expulsando del campus a miles de estudiantes. Esta subida no es exclusiva de España sino que se está produciendo en todo el mundo. No tiene misterio: están privatizando la universidad. En poco tiempo estudiar en España ya no estará al alcance de muchas familias corrientes y menos aun si son varios los hijos que querrían hacerlo.
 
La razón última de este incremento de tasas es la misma que ha llevado a la privatización de los servicios más básicos para la vida, como la sanidad. Todo lo que pueda ser negocio, será negocio. La universidad puede ser un gran negocio para unos pocos pero, sobre todo, para los bancos. Una vez que el cliente perfecto para el banco, aquella persona que se hipoteca de por vida, puede que esté agotado, hay que buscar nuevos nichos clientelares, es decir, personas a las que vender los créditos. Los estudiantes y las tasas universitarias son un negocio perfecto. Las tasas suben tanto que no son pagables para las familias normales, por lo que los bancos ofrecen créditos baratos, tan baratos que parecen pagables, a los estudiantes. En España ya estamos comenzando a escuchar hablar de esa política que lleva décadas ya naturalizada en EE.UU, tan naturalizada como lo han estado las hipotecas aquí.

Vamos aquí a dejar aparte las consecuencias sociales de considerar el conocimiento y la investigación mercancías que pueden venderse y comprarse en el mercado como cualquier otra, consecuencias que serán muy importantes a largo plazo. Pero ciñéndome únicamente a la cuestión económica se trata de que las personas que quieran estudiar sin ser ricas tengan que pedir créditos a los bancos para poder hacerlo. En teoría, el préstamo universitario parece tan fácil como en su día parecieron las hipotecas a una gran parte de la población. Primero se suben los precios extraordinariamente y después se ofrecen créditos que parecen pagables por algo que, en todo caso, es necesario: una casa o una buena educación. Los créditos universitarios son a bajo interés y parecen una ganga. El universitario no lo tiene que comenzar a devolver hasta que empieza a trabajar, sólo entonces. Chicos y chicas de 18 años firman contratos con los bancos sin saber si van a trabajar, en qué, por qué salario o en cuánto tiempo.

Finalmente, en el mejor de los casos, estos jóvenes comienzan sus vidas con una deuda a los bancos que puede llegar a los 100.000 euros y que en el momento en que trabajen tendrán que pagar. Además, claro, tendrán también que pagar el piso, la sanidad, la educación de sus hijos e hijas etc. Para que nos hagamos una idea del negocio, en EE.UU, el año pasado se concedieron 100.000 millones de dólares en préstamos para estudiantes, con sus intereses correspondientes. Además de lo que significa que la mayoría de los jóvenes estén obligados a endeudarse antes de tener la madurez suficiente, además de lo que significa para la libertad de estas personas comenzar sus vidas con una deuda enorme, los créditos a los estudiantes pueden convertirse en la nueva burbuja. Si el paro juvenil se dispara y los salarios bajan no es descabellado pensar que llegará el momento en que estos créditos, o la mayoría de ellos, no puedan recuperarse, como ha ocurrido con las hipotecas, o que comiencen a existir personas cuyos sueldos completos sean embargados para pagar las deudas a los bancos y se conviertan en los nuevos desahuciados.

La buena noticia es que aunque parezca difícil a veces sí se puede. Acabamos de ver que la lucha del movimiento ciudadano contra los desahucios ha conseguido, al menos, poner el tema en la agenda política de los partidos. Pero además tenemos el ejemplo de Quebec. Allí, el gobierno aumentó el coste de las matrículas universitarias en un 75% , lo que provocó una huelga indefinida de estudiantes universitarios y de institutos. La respuesta del gobierno a esta huelga y a las manifestaciones que se produjeron fue la criminalización de las protestas, restringiendo específicamente las libertades de asociación, reunión y expresión. Esto nos tiene que sonar. Finalmente, más de 2500 detenidos y tras siete meses de huelga, la nueva primera ministra Pauline Marois ha anulado tanto la subida de las tasas como las leyes crininalizadoras de las protestas.

La protesta no ha acabado porque no es que Marois no quiera subir las tasas, sino que quiere “acomodarlas a la inflación”, mientras que los estudiantes quebecoises exigen el derecho a disfrutar de una enseñanza universitaria gratuita, igual que los chilenos, que llevan dos años de duros enfrentamientos con el gobierno por la misma razón. Ayer los estudiantes de la universidad Complutense protagonizaron protestas que terminaron con duras cargas policiales. La lucha por una vida vivible es global y las protestas tienen que globalizarse también y ya han comenzado a hacerlo. El 14 de noviembre Huelga General en España y en varios países europeos.

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