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jueves, 25 de octubre de 2012

"Que la información económica se limite a los mercados y a la política económica de los gobiernos está tan normalizado como el monopolio del fútbol en la información deportiva. Los periódicos diluyen en el masculino genérico de “los parados” y “los jóvenes” a toda la población." Por June Fernández

Article llegit a DIAGONAL

June Fernández
En la sección de Economía de un periódico generalista cualquiera, el Eurogrupo habla del rescate a España y el ministro Guindos defiende la viabilidad de las cuentas públicas. Mucha gente nos saltamos esas páginas porque sentimos que no entendemos de economía y que eso de la “confianza de los inversores” es una marcianada que nos pilla muy lejos, aunque sepamos que está directamente ligada a nuestras condiciones de vida. La ciudadanía se cita de forma tangencial, y a menudo sin darle voz: si acaso se cuenta que el Plan E se olvidó de los parados o que los jóvenes protestaron en una conferencia del ministro.

Que la información económica se limite a los mercados y la política económica de los gobiernos está tan normalizado como el monopolio del fútbol en la información deportiva. Los periódicos diluyen en el masculino genérico de “los parados” y “los jóvenes” a toda la población. Ese enfoque androcéntrico no sólo tiende a excluir a las mujeres en general, sino a obviar las situaciones de discriminación que afectan a tantas personas (más aún si son mujeres) que no suelen tener voz en los medios: discapacitadas, pensionistas, migrantes, trans, cuidadoras...

No es sólo que los medios hegemónicos sigan invisibilizando a las mujeres (representan sólo el 23% de las personas citadas en las informaciones y el 9% de fuentes expertas, según el Monitoreo Global de Medios de 2010), sino que lo asignado a las mujeres no se contempla al hablar de economía. El caso más claro es el llamado trabajo reproductivo, realizado mayoritariamente por mujeres, ya sea sin sueldo ni reconocimiento social, o en precario, sin derechos laborales y expuestas a acoso sexual, en el caso de las empleadas domésticas y las cuidadoras.

La economía feminista nos explica que los gobiernos –que se ahorran una ingente cantidad de dinero gracias a que las mujeres sostienen la cadena global de cuidados de forma no remunerada, o precaria y desregularizada– aprovechan la excusa de la crisis y el desmantelamiento del Estado de bienestar para renunciar a las escasas medidas de apoyo a las situaciones de dependencia que habían generado. Se da por hecho que las mujeres vuelvan a asumir toda la responsabilidad sobre los cuidados. Pero además, en el imaginario social, lejos de reconocer ese papel, se sigue pensando que la economía depende de las cotizaciones de esos trabajadores nombrados siempre en masculino.

Y no se atribuye esa involución al machismo, sino que se ve natural que sea la que gana menos, la que tiene un trabajo menos estable, la que deje su empleo o reduzca jornada para volcarse en la familia, como si fuera casual que las mujeres se encuentren peor posicionadas en el mercado laboral.

Carencias en los medios críticos
Este proceso rara vez se analiza en la prensa hegemónica: nunca en las páginas de Economía y de forma aislada y parcial en las páginas de Sociedad de los medios supuestamente progresistas. No se explica que cotizar menos va a abocar de nuevo a las mujeres a la dependencia (e incluso violencia) económica y a la pobreza, algo que se agrava con la reforma de las pensiones. Tampoco se habla de la situación en la que quedan las empleadas domésticas –la mayoría sin contrato, la mayoría inmigrantes sin papeles o que volverán a la irregularidad, y se verán además excluidas de la sanidad pública y las ayudas sociales– cuando las familias prescinden de sus servicios.

Medios de izquierda crítica como DIAGONAL se centran más en las personas que en los mercados, visibilizan las resistencias y las alternativas, incluidas las feministas. Pero desterrar el androcentrismo de forma permanente, y no sólo cuando toca hablar de género, es un reto pendiente también en la prensa alternativa.

No se trata sólo de que la periodista feminista de turno haga un reportaje sobre cómo los recortes afectan a las mujeres, sino que cuando se hable de presupuestos públicos, de medidas neoliberales o de alternativas anticapitalistas, la economía feminista se tenga en cuenta y se reconozca como una herramienta sólida para una comprensión global de los procesos económicos ligados a las relaciones de poder en los espacios públicos y en los privados, y como una propuesta de referencia para articular alternativas a los discursos y prácticas capitalistas.

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