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En la rueda de prensa posterior al
Consejo de Ministros en el que se
presentó el nuevo anteproyecto de
ley educativa, las únicas preguntas
dirigidas por los periodistas al ministro
de Educación, José Ignacio Wert,
trataron sobre la recentralización
que supone que el ministerio pase a
decidir del 55% al 65% del contenido
curricular en detrimento de las consejerías
autonómicas de educación,
además de una pregunta cuestionando
la legalidad del traslado forzoso
de docentes. Ninguno de los periodistas
le planteó al ministro si había
consultado a la comunidad educativa
su proyecto de reforma.
“Llevamos años oyendo que no se
pueden cambiar leyes educativas sin
llegar a consensos y [Wert] la ha sacado
absolutamente solo sin contar
con padres, profesores ni nadie de la
comunidad educativa”, afirma indignada
Cecilia Salazar, de Ciudadanos
por la Educación Pública. A José Luis
Pazos, presidente de la Federación de
Asociaciones de Padres y Madres del
Alumnado (FAPA) Giner de los Ríos,
de Madrid, le llama la atención que
una reforma que se plantea “en supuesto
beneficio de los alumnos y las
familias, se haga sin tener en cuenta
ni la opinión de los alumnos ni la de
las familias”.
Contrarreforma ideológica
El ministro Wert aseguró que su reforma
no era ideológica, aunque no
explicó de forma convincente por
qué. En la comunidad educativa hay
un amplio consenso en sentido contrario.
Para Enrique Díez, coordinador
federal del área de educación de
Izquierda Unida, “está fuera de duda
que desde sus prejuicios ideológicos
han establecido sus pautas aplicables
a la educación, y su modelo está muy
claro: es un modelo para que los ricos
puedan llegar a los puestos más altos,
que serán los másters y los doctorados;
los grados para la clase intermedia
técnica y el resto en una precariedad
permanente en un mercado
laboral en permanente rotación”.
Guillermo Valenzuela, profesor interino
que participa en la Marea
Verde de Aragón, también cree que
es una reforma ideológica porque
“profundiza en la supeditación de la
educación al mercado laboral. El
proceso educativo se diseña en función
de las necesidades que tiene el
mercado laboral y se concibe que
los estudiantes son solamente futura
mano de obra. La educación no
tiene un sentido por sí mismo”.
Cecilia Salazar añade que “la segregación
muy temprana de alumnos
lo que propiciará es que pocos alumnos
lleguen a bachillerato y sean
desviados hacia un mercado laboral
de mano de obra muy barata”.
Tres vías de segregación
La primera segregación se producirá
con los llamados “programas de mejora
del aprendizaje y el rendimiento”,
en 2º y 3º de la ESO, en los que se
agruparán alumnos con dificultades
que recibirán contenidos devaluados.
La segunda segregación llegará al terminar
3º de ESO. Un segmento del
alumnado, el que más dificultades
arrastre, será desviado a un curso
puente que impedirá el reenganche al
bachillerato. Estos ciclos de Formación
Profesional Básica sustituirán a
los actuales Programas de Cualificación
Profesional Inicial (PCPI).
Cecilia Salazar explica que “los PCPI
estaban pensados para alumnos de
más de 16 años que iban a dejar el
centro; era un intento para reenganchar
de alguna forma y que pasasen a
Formación Profesional de Grado
Medio”. Sin embargo, “en la ley Wert
se convierte en una salida, es decir, tiran
directamente un alumno a la basura.
Esto que antes era un ‘recoger’,
ahora es una salida que no va a ningún
lado, porque no hay titulación de
ESO para este itinerario”. Enrique
Díez va un poco más lejos y cree que
“no sólo es para que salga mano de
obra barata, sino para que salga cuanto
antes”. En el texto del anteproyecto
se puede leer que ‘se animará a estos
programas a los que tengan una situación
socioeconómica desfavorable’.
Para Díez, “equipara la pobreza con
la poca capacidad para el estudio”.
La tercera vía de segregación se
hace a través de asignaturas optativas
para que en 4º de la ESO los itinerarios
para FP y para el bachillerato
estén bien diferenciados. Para
Enrique Díez, “la consecuencia es
que deriva a la población escolar
con más dificultades o menos recursos
hacia la FP de grado medio o hacia
el mercado laboral. Por tanto,
convierte a la FP en una vía de segunda
categoría. Cuanto antes se segrega,
más se atenta contra la igualdad
de oportunidades”.
Una de las razones esgrimidas por
el ministro para implantar la segregación
en itinerarios ha sido la mejora
de los datos de fracaso escolar. El
catedrático de Didáctica y Organización
Escolar de la Universidad de
Cádiz, J. Félix Angulo, en un informe
difundido por Soy Pública, explica
que “dicha división en itinerarios pretende
segregar disfrazando de esta
manera el fracaso escolar”. Para el
catedrático, el fracaso escolar es un
problema de clase social, ya que la
proporción entre hijos de trabajadores
del sector servicios (profesionales
y gerentes) e hijos de trabajadores
sin cualificación es significativa:
con respecto al acceso al bachillerato,
por cada 2,7 alumnos del primer
grupo llega 1 del grupo de trabajadores
no cualificados, en FP la proporción
es de 0,4 por cada 1; en
cuanto a abandono de los estudios
tras la secundaria es de 0,5 por cada
1 y el ratio de alumnos que abandonan
la secundaria es de 0,12 –de la
descendencia del primer grupo– por
cada uno del grupo segundo.
La segregación viene acompañada
de una nueva FP, con formación dual,
una parte en la empresa y otra en el
centro educativo, copiando el modelo
alemán. No obstante, y como apunta
Cecilia Salazar, “aquí no existe un tejido
empresarial que pueda absorber
eso y dar una formación efectiva al
alumnado. En grandes empresas puede
que sí, pero aquí lo que hay fundamentalmente
son pymes que no pueden
absorber a todas estas personas,
por lo cual no tiene el menor sentido
fuera de que se realiza trabajo gratis”.
El anteproyecto planteado por
Wert introduce tres exámenes-reválida
al término de cada etapa educativa (6º de primaria, 4º ESO y 2º
Bachillerato), que serán realizados de
forma externalizada, no por los profesores
del centro. Para el catedrático
J. Félix Angulo “no son pruebas de
diagnóstico, sino que abren o cierran
la posibilidad de continuar estudiando
o bien marcan (como en primaria)
al alumnado para el resto de su escolaridad,
clasificándolo”. Guillermo
Valenzuela indica que es profundizar
“en la línea pedagógica que incide en
la importancia del examen y de la evaluación.
Todo el proceso educativo
tendría como fin último poder pasar
esas pruebas. Es un sistema de evaluación
doblemente reduccionista.
Hay muchas maneras distintas de
evaluar un proceso de aprendizaje, y
nosotros criticamos que la única manera
de evaluar sea esa”.
Enrique Díez cree que esto
muestra que la educación se concibe
“no como algo que te sirva para
desarrollarte, sino como un campo
permanente de obstáculos, un suplicio
permanente como si esto
fuera un vía crucis”. Además, sostiene
que el “modelo busca someter
los centros educativos a las exigencias
del mercado, especialmente
a la competitividad, y por eso
establece esas pruebas externas a
nivel nacional, para ofrecer una
clasificación de colegios según sus
resultados, con el fin de que los
‘clientes’ puedan comparar y elegir
el centro que más ventajas competitivas
les aporte a sus hijos e
hijas en el futuro mercado laboral”.
Cecilia Salazar cree que aquí se
pueden dar las mismas consecuencias
que se han dado en países que
han implantado este sistema. “Lo
que ha sucedido es que se ha establecido
un ránking en función del
cual depende la dotación económica
del centro. Esto puede implicar
que los centros que tienen más problemas
cada vez tengan menos dinero,
por lo que cada vez irán
peor”. Cecilia cree que si la dotación
de un centro depende de las notas
de los alumnos en esta evaluación
externa, “los profesores no vamos
a tener más remedio que dedicarnos
a enseñar exclusivamente
cómo se aprueba, porque la dotación
depende de ello. La reflexión
crítica, la creatividad, se va a acabar
porque nos vamos a dedicar a
hacer pruebas tipo test para que
cuando los alumnos se enfrenten al
examen puedan pasarlo”.
En este nuevo escenario competitivo,
Enrique Díez cree que las escuelas
se van a hacer más selectivas
y van a rechazar al alumnado que
presenta mayores dificultades porque
les puede hacer descender la posición
en el ránking. “Esto tiene que
ver con que se instaura el pago por
resultados, propio del mundo empresarial”,
apunta. La reforma acaba
con la selectividad y cada universidad
podrá elegir, si quiere, sus
pruebas de acceso, como se hace
en el mundo anglosajón.
Sin democracia escolar
Otra de las novedades que introduce
el anteproyecto es el refuerzo del
poder del director, nombrado por la
administración y al que se le exigirá
un perfil de gestor acreditado con titulaciones
específicas. El informe
de J. Félix Angulo alerta sobre la supuesta
autonomía de los centros que
esto supone: “Se convertirá, a través
del control que el Gobierno pueda
ejercer por las reválidas que implante,
en una autonomía cautiva, que
lleva a una especie de privatización
encubierta de la escolaridad”. A
Jesús Sánchez, presidente de la
Confederación Española de Asociaciones
de Padres y Madres de Alumnos
(CEAPA), le parece “sangrante
la pérdida de capacidad de decisión
de los consejos escolares, en cada
centro se le relega a un papel consultivo
sin carácter vinculante, lo
que nos parece una tomadura de pelo”.
En los consejos escolares se
sientan padres y madres, alumnos y
docentes, y actualmente tienen capacidad
de decisión sobre algunos
aspectos del centro. Otro padre que
participa en la vida activa del instituto
de su hijo, José Luis Pazos, cree
que “el ministerio plantea esto porque
entiende que la democracia la
tienen que ejercer solamente unas
cuantas personas”. Los profesores
también alertan sobre esta medida.
Guillermo Valenzuela cree que generan
un modelo de educación
“muy autoritario, concentrándose la
gestión del centro en el director, que
pasa a tener más poder”. Guillermo
cree que se va a dejar “muy poca autonomía
para los profesores, que
tendrán menos capacidad para decidir
lo que van a impartir y cómo
van a evaluar”. Además, tiene sus
reservas con que los directores puedan
elegir a los interinos, “en nuestro
sistema no es más que inducir al
enchufismo y a la corrupción”.
Para Cecilia Salazar es una falta
de democracia absoluta. “Ahora en
Madrid tenemos el problema de los
profesores irlandeses contratados
de forma ilegal por la comunidad,
pero con la Ley Wert sería legal;
hasta hoy en los centros públicos
se hace con un baremo, de forma
trasparente... Si el director gestiona
esto, se saltan muchos derechos
al mismo tiempo”. Enrique Díez
cree que va a suponer “la profesionalización
de la dirección escolar
como si fueran gerentes: lo que van
es a gestionar los centros públicos
con rentabilidad económica, y no
con rentabilidad social”.
A este cambio de modelo hay que
añadirle la degradación que los centros
ya han sufrido con los recortes
presupuestarios. Díez asegura que
“lo que pretenden es convertir la
educación en un negocio. Los datos
de la Unesco dicen que se mueve en
el mundo de la educación dos billones
de dólares anualmente. Ahora
el capitalismo ha conquistado toda
la geografía, y la última frontera
que les queda son los servicios públicos”.
José Luis Pazos cree que la
reforma pone la puntilla a las agresiones
presupuestarias. “Se quiere
desmantelar gran parte de los avances
que la educación pública ha
conseguido en las últimas tres o
cuatro décadas”.
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