Article publicat el 6 d'octubre de 2011 a CUARTOPODER
Como bien saben los católicos como Dios manda y, sobre todo, con
posibles, en la Iglesia siempre ha habido clases. Formar parte del
rebaño está bien pero aborrega, de ahí que estos fieles de primera
busquen cierta exclusividad adhiriéndose a los tendencias que más pitan
en cada momento. Es una cuestión de estilo. Hace un tiempo se llevaba
eso de ser legionario de Cristo, pero desde que se supo que el fundador
de la cosa, Marcel Maciel, era un crápula bastante
pederasta que había hecho todo lo posible y más para ser padre de
familia numerosa, se esfumaron sus adeptos, entre los que sobresalían ex
ministros tan piadosos como José María Michavila y Ángel Acebes.
Siempre se puede ser del Opus, que es
como esos trajes clásicos que nunca pasan de moda, pero para estar a la
última nada mejor que apuntarse a los nuevos movimientos
ultraconservadores nacidos tras el Concilio Vaticano II justamente para
hacerlo olvidar. Destacan especialmente dos: el Camino Neocatumenal de Kiko Argüelles y Comunión y Liberación, presidida hoy por Julián Carrón.
Tal es la importancia que les concede la actual jerarquía eclesiástica
como punta de lanza en la propagación de la fe católica, que tanto los
dos citados como el opusino Fernando Ocariz acaban de ser designados por Benedicto XVI consultores del nuevo Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.
Centrémonos en Comunión y Liberación, que como afirma el sociólogo y sacerdote, Avelino Seco,
autor precisamente de un libro sobre los cielinos –que así es como se
llama a sus seguidores-, sin ser el movimiento que mayores masas atrae,
es, en cambio, el que con más intensidad ha marcado la ideología de la
Iglesia en los últimos 30 años. El propio Seco menciona a algunos de sus
representantes más destacados en la Curia española: Javier Martínez, arzobispo de Granada; Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo; César Augusto Franco, obispo auxiliar de Madrid; y Rafael Zornoza, obispo de Cádiz.
De los cielinos podría dar un conferencia Juan Manuel de Prada,
que no en vano está en su club, pero mientras la prepara no está de más
mencionar algunas de sus características más relevantes: creen en la
jerarquía de la Iglesia sobre todas las cosas, ven la mano de Satanás en
la ola de laicismo y relativismo que, en su opinión, invade a la
sociedad, y confían en que penetrando en el poder político y económico
podrán desarrollar mejor su tarea evangelizadora. En España llegaron a
finales de los años 70, y tienen hasta un brazo empresarial, la Compañía de las Obras,
con la que pretenden restar protagonismo al Estado y a lo público y
que, según sus propios datos, agrupa a más de 34.000 sociedades en 17
países.
Con estos antecedentes, no es de extrañar que la educación sea uno
de sus campos prioritarios de actuación, y que hayan tratado con éxito
de introducirse en el organigrama de la educación pública para ponerla a
su servicio.
En Madrid y en el neoliberalismo de su presidenta, Esperanza Aguirre, Comunión y Liberación ha encontrado un terreno abonado, y ello explicaría su falta de escrúpulos para pedir el voto al PP en algunas convocatorias electorales. Dios nos libre de considerar a la consejera de Educación madrileña, Lucía Figar, una cielina más, ni pensar que sus simpatías hacia la causa tengan origen en su marido, Carlos Aragonés, ex jefe de gabinete de Aznar
en la presidencia del Gobierno, hombre de misa semanal y con fuertes
vínculos con miembros del Opus Dei. Pero lo cierto es que es difícil
prestarse a participar en reuniones como la de Rimini
-700.000 personas congregadas en torno a Comunión y Liberación- y
presumir de lo mucho y bien que se nutren con fondos públicos los
colegios católicos mientras retrocede el porcentaje de alumnos de la
escuela pública sin sentir una especie de llamada de esa selva.
Quizás en este impulso haya sido determinante su director general de Becas y Ayudas a la Educación, Javier Restán,
anteriormente director general de Centros Educativos de la Comunidad de
Madrid, que es un declarado miembro de esta Fraternidad además de
hermano del director de Contenidos de la cadena Cope y conductor en esa
misma emisora de La Linterna de la Iglesia.
Si por algo ha destacado Restán es por su oposición a la asignatura
Educación para la Ciudadanía que, a su juicio, era causa de “daños en la
conciencia” de los alumnos. Por eso, y por defender a ultranza la
subsidiaridad educativa, o lo que es lo mismo, que la iniciativa
privada, esencialmente la Iglesia, se ocupe una función pública como es
la enseñanza obligatoria. He ahí su definición: “Así pues, una política
donde se considera la iniciativa social y privada para la expansión de
la red escolar sostenida con fondos públicos (nuevos centros
concertados), una política de desgravación fiscal creciente para
familias que escogen centros privados sin financiación pública y
finalmente la implantación del cheque escolar en educación infantil,
definen una política que se mueve según el principio de subsidiariedad”.
Se refiere a la política educativa en Madrid, lógicamente.
El largo brazo cielino llega hasta Jon Juaristi,
director general de Universidades de la Comunidad, que, por cierto,
presume de judío. Hace cuatro años escribía esto en el ABC: “Los de
Comunión y Liberación me invitan a una celebración eucarística en San
Jerónimo el Real, presidida por monseñor Rouco, con motivo del segundo
aniversario de la muerte de su fundador. Agradezco el gesto. Desde mis
convicciones judías, les estimo y siento una sincera simpatía por el
desaparecido monseñor Giussani, una de las
personalidades más atractivas del catolicismo contemporáneo y, sin que
suponga merma alguna en su significación universal, figura
verdaderamente admirable de la historia europea del siglo XX”.
Queda por mencionar a la viceconsejera Alicia Delibes, cuyo marido, Regino García Badell,
jefe de gabinete de la presidenta, pasa por ser el ideólogo de Aguirre
además del autor de sus discursos. No es ningún secreto que el
matrimonio tardó en pasar de la izquierda a la derecha el mismo tiempo
que el PP empleó en ganar sus primera elecciones generales. Circula por
la red el fragmento de uno de los artículos que Alicia Delibes publicó
en 2002 en Libertad Digital, medio del que ha sido asidua colaboradora, y
que lamentablemente no figura ya en su hermeroteca. El artículo en
cuestión, titulado A vueltas con la calidad de la enseñanza,
contenía, al parecer, la definición que la número dos de la Consejería
hacía de un colegio de calidad: “colegio privado con buenos profesores,
mayor o menor nivel de exigencia, que se haga deporte, que se aprenda
bien inglés, que se imparta, o no, una enseñanza religiosa, etc”. No se
sabe a qué esperan los cielinos para captar a esta mujer.
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