Article llegit al seu bloc EL PERISCOPIO
Rosa María Artal |
Hay una indignación ciudadana contra los políticos de cuyas
dimensiones ellos mismos no parecen ser conscientes. Lo cierto es que
llega un otoño cargado de protestas, ira creciente de múltiples matices,
conviviendo con quien aparentemente muestra la actitud del cordero que
se dirige a su sacrificio por propia voluntad no viendo otra salida.
El denominador común culpabiliza a los políticos de lo que ocurre.
Mes tras mes se sitúan como el tercer problema para los españoles y el
rechazo (en bloque) a su labor crece por momentos. No sin razón. Les
hemos elegido para representar nuestros intereses y no parecen querer o
saber frenar a la exclusiva minoría que impone sus normas sobre todos.
Nuestras desdichas desaparecían en buena parte si los políticos
cumplieran su misión y trabajaran para la soberanía popular. No para
mantener privilegios de unos pocos –los de ellos incluidos–.
De hecho, esta tenebrosa época podría culminar en un Núremberg para
juzgar a sus responsables. El descrédito de los políticos representa,
entretanto, un serio peligro para la democracia que puede acarrear males
aún mayores.
Es inaplazable regenerar la política y los partidos, y en esa tarea
deberían ser ellos los primeros interesados. Aunque no únicamente. Se
hace preciso remozar el viejo edificio parlamentario del XIX con las
puertas abiertas de la participación, real ya en la sociedad más
comunicada de la Historia. Urge hacer cambios. Cuando las bases de la
democracia tiemblan, emergen peligrosas perversiones. Fascismos,
populismos y, de cuño más reciente, tecnocracias dando forma oficial a
la idea de que los países son empresas dedicadas al lucro y no una unión
de ciudadanos cuyas vidas y derechos son lo primero a mantener y
acrecentar.
A Mariano Rajoy y su equipo se les está cayendo España a pedazos. Con
una rapidez solo pareja a su empeño en cambiar el modelo social a su
imagen y semejanza. Ni una cifra se les mantiene en pie. Y, además, se
han gastado todo el presupuesto en siete meses, mientras huye el capital
despavorido –en palmaria muestra de desconfianza–, al punto de récord:
219.817 millones de euros en el primer semestre, cuando en el mismo
periodo de 2011, entraron 22.457. Demasiada basura acumulada en los
sótanos de este desgraciado país emerge ahora, batida en los
despropósitos continuos.
Como los impuestos a las grandes fortunas, o las subvenciones a la
Iglesia católica, y otro sin fin de capítulos, no se pueden tocar, el PP
va como un borracho en un incendio, tapando fuegos… con la gasolina de
los recortes –muy precisos en el orden ideológico– y las subidas de
impuestos. ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? A Portugal tampoco le cuadran
las cuentas. A Grecia menos. Ese es nuestro futuro. Las políticas
neoliberales solo funcionan en sueños.
Los espejismos de la visita de Merkel o de la “ayuda” del BCE de
Draghi no solucionarán los agobios de la población. El nuevo rescate
–para el que ya han inventado un nuevo eufemismo: “precautorio”–, no
deja de ser un crédito, a devolver con contrapartidas (a estas las han
llamado “estrictas” para que no quepa duda). Las ideas fuerza son
“austeridad” y “reformas”, o sea, recortes, más recortes. En estas
circunstancias, las convulsiones sociales, el propio incumplimiento del
programa del PP, podrían, quizás deberían, propiciar un adelanto
electoral. Y es un escenario a contemplar para estar prevenidos y actuar
en consecuencia.
Y ahí volvemos al principio: no nos representan, la política está
desprestigiada, el manido –e injusto– “todos son iguales”. No es camino,
aunque, realmente, el panorama se presenta bastante sombrío y los
principales implicados no dan la impresión de estar tomando conciencia
del problema.
Como el PP de Rajoy en su día, el PSOE de Rubalcaba parece aguardar
el desgaste del contrario. Por completo alejado de la indignación que
sienten sus votantes, se contenta con una oposición “calmada” e
“institucional”. Y además le pesan las políticas neoliberales que aceptó
aplicar. Ambos partidos bajarán presumiblemente en votos.
Lo mismo que en esa Grecia con la que compartimos la tolerancia
social a la corrupción –que siempre se paga– y su apuesta por el turismo
como principal motor económico, el voto se fragmentará. IU subirá,
aunque parece tener un techo porque también precisa renovación interna y
porque solo destacan en la formación unas pocas brillantes
individualidades, no hay mujeres entre ellas, y se oscurece el trabajo
continuo en las instituciones en las que participa.
Podría ascender notablemente esa amalgama ideológica y de personas
que se aglomera bajo las siglas de UPyD y que solo parece tener como
argamasa el populismo y el nacionalismo español. Al Equo silenciado en
la anterior campaña electoral se le frenó en la salida y no parece
despegar, habrá que ver. Incrementarían sus votos, sin duda, los
nacionalismos como respuesta a la actitud que ha venido teniendo con
algunas comunidades el PP. Todo ello expresado como opinión personal.
Un país ingobernable o muy dividido en el voto, en el que como a los
griegos se nos atemorizaría con diluvios universales si osáramos salir
de la pauta marcada, lo que no hace sino prolongar la agonía. Son otras
soluciones las que hay que buscar. Se dictan –con escasa audiencia
mediática, es cierto– a diario, desde el punto de vista del bienestar de
la sociedad en su conjunto.
Mucha gente está algo así como “Esperando a Godot”, el mítico
personaje de Samuel Beckett… que nunca apareció. Un nuevo partido o
coalición ilusionantes disiparía la depresión social que nos embarga.
Algunos movimientos se están dando, no de envergadura por el momento.
Queda el 15M. La sociedad que se apuntó a escuchar, saber, hablar y
compartir. La que hasta en un 66% se pasó por las plazas para asistir al
prodigio, también era 15M. Y sigue estando ahí con su indignación
creciente, con su desconcierto, con ganas de desterrar tanto atropello.
Desde el poder se piensa en multas y palos para acallarla. Y eso
hace mella en un sector decisivo. Cuarenta años de ser educados en la
ignorancia, la sumisión, el infantilismo y el miedo han dejado un poso
social, siquiera imperceptible en algunos casos.
La progresión del deterioro de España, de las condiciones de vida y
derechos de sus ciudadanos, exigen soluciones. Democráticas,
absolutamente democráticas. Los partidos harían bien en bajarse del
Olimpo en el que –algunos, muchos– viven y tomar medidas para
regenerarse porque solo así llegarán a los ciudadanos.
El 15M ha de pasar a una nueva fase que prime la efectividad. Y la
sociedad en general pensar que está en sus manos más que en ningunas
otras cambiar del destrozo a la construcción positiva. A través de
informarse primero, de utilizar sin descanso el pensamiento crítico y la
reflexión, exigir a sus representantes, primar lo que une sobre lo que
separa, pensar en el bien común y actuar como seres adultos. Es decir,
el civismo, la democracia.
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